Con la amiga estupenda comprendí porqué era tan importante para mi entorno familiar que tuviera un título universitario. No tenía que ver con el conocimiento en si mismo, ni con la relación indisoluble entre título universitario (a poder ser de alguna ingeniería) y la aspiración de una brillante trayectoria profesional.

Tanto tiempo dándome la matraca y tachándoles yo de adolecer de titulitis crónica, para años después darme cuenta viendo una serie de la Italia de los 60, que para mi entorno el título universitario representaba entrar en otra escala social. Alejarme de la plebe inculta que se ve reflejada en esta serie.

Por eso también la insistencia en mi adolescencia por inducirme a la lectura frecuente del periódico. Porque el mundo de aquella época, salía de la máquina de escribir de unos pocos. En mis vacaciones de verano, los domingos, solía acompañar a mi primo a recogerlos: El Mundo, El País, el Abc, el Diario Vasco y la Nueva España aguardaban en un despacho para ser leídos y analizados a la vuelta de un trayecto en bicicleta. 

Con la amiga estupenda comprendí a una parte de mi entorno que vivió en una época que no era la mía. Una época en la que se dirigían al cura, al maestro, al ingeniero y al político de turno (fuera o no de la familia) con el título de «Don». Una época en la que estudiar, lejos de ser considerado como una obligación era un privilegio. Una época donde la información y la formación no era accesible como lo fue después. Donde ser autodidacta, o la formación continua, pero no reglada, no eran una opción. Una época en la que el feminismo se veía apenas como mujeres que quemaban sujetadores. 

Tras la amiga estupenda, llegó a mi Kindle V.I.D.A de Ana Albiol. Con este libro he podido rememorar también en cierta manera mi propia historia. Y me ha ayudado a comprender que efectivamente mi entorno me acompañó como pudo y como supo. Con la buena intención que provenía de su amor por mi, pero con la limitación y los miedos de su propia experiencia. 

Con V.I.D.A de Ana Albiol también he comprendido que mis expectativas familiares tampoco fueron justas para mi entorno. Supongo que pretendía que me guiaran en un mundo que en realidad no conocían.   

Un rápido y reciente paso por una iglesia en una celebración infantil, me hizo comprender también, que ese lugar de culto al que acudía vestida con mis mejores galas hasta mis 14 años cada semana, tuvo mucho que ver con la necesidad de reaprender que tuve después durante mucho tiempo. «Vosotros sois ovejas y Jesús es vuestro pastor» formó parte del sermón que en esta celebración infantil les soltó el cura a peques de entre 8 y 10 años y a todo el que prestara atención. Y claro, si todas somos ovejas ¿Cómo vamos a ser personas seguras y con convicción en nuestros actos y decisiones? Si todas somos ovejas ¿no estamos siempre a merced de la validación del buen pastor? 

Afortunadamente el paso del tiempo me ha dado la razón. Y es que siempre he luchado porque mis errores fueran enteramente míos. De este modo hasta el momento puedo decir que he podido vivir la vida que he querido y sabido vivir, y también puedo decir de paso que mis aciertos también son enteramente míos.

Es curioso como estas tres actividades de ocio: libro, serie y celebración infantil,  han logrado hacerme conectar con mi propia historia. Y lo comparto contigo por si puede ayudarte de algún modo. 

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